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jueves, 4 de noviembre de 2010

VIH EN PRISIÓN POR J.A LOPEZ MARTINEZ

Ver imagen en tamaño completoEscribir, emitir una opinión, respecto del virus de inmunodeficiencia adquirida, VIH, significa tener presentes, a todas esas personas, renombradas y anónimas que, dejaron su vida, sin beneficiarse de las terapias que han ido consiguiéndose desde los diferentes organismos de investigación. Significa también, tener presente las consecuencias de no haber dispuesto de la información necesaria para no contagiarse. Recordemos aquel empecinamiento en aseverar que, sólo se contagiaban aquellos que estaban en grupos de riesgo, homosexuales, drogadictos. Aquella vorágine de desinformación estaba causada mayormente por el miedo a la enfermedad y por la súbita aparición de una enfermedad que reunía todos los síntomas de plaga, de maldición.

Con el transcurrir del tiempo, vimos que el VIH no se contagiaba por la “saliva”, la información se había convertido en más humana cuando se comprobó que el grupo de riesgo era toda la población, ya no había discriminación, pues cualquiera podría ser portador del VIH si no tomaba las precauciones ya conocidas por todos, medios profilácticos, no compartir jeringuillas. Ser responsable en suma. Recuerdo que precisamente uno de los eslóganes para combatir, el contagio era el de llevar una vida ordenada, y cumplir a rajatabla con los cánones de seguridad.

En las prisiones ocurrió lo mismo que extramuros. La gente moría de la noche a la mañana y entonces se vio que ser portador del VIH no era más que un suplemento de castigo a la situación de privación de libertad. El test que detecta el virus en la sangre comenzó a utilizarse en la prisión de Torrero (Zaragoza) y el resultado del mismo no pareció inquietar a las autoridades civiles y sanitarias, pues la población reclusa se había contagiada en al menos un 70 por 100. La información la tenían los gobiernos ya alarmados por la enfermedad – nos referimos a los años 1982-83 – y de la misma manera que los funcionarios evitaban contagiarse pudieran haber intervenido para intentar al menos que jóvenes rebosantes de salud se convirtieran en piltrafas humanas repudiadas hasta por los mismos compañeros. Baste recordar, que antes se servían de los presos para satisfacer la demanda de plasma sanguíneo, y en la prisión de Huesca, se efectuaban extracciones, al libre albedrío del interno, que solía compensársele con comunicaciones de vis a vis familiar, y alguna Nota Meritoria.

Esos primos presos, que jamás supusieron mal alguno para el receptor de su sangre, se fueron contagiando masivamente hasta el punto de convertir las cárceles españolas en una constante capilla ardiente. Este, nuestro país, España, tiene una página negra en la historia penitenciaria de la democracia. Si por un lado cesaron los malos tratos, pudimos ver que tan sólo se habían transformado, taimado apaño, en una elección personal... Si te drogas vía intravenosa te contagiarás. Si te cacheo y te encuentro una jeringuilla te sancionaré cual objeto prohibido que es.

Así que durante más de una década, la lectura del art. nº 1 de la Ley Orgánica General Penitenciaria de 26 de septiembre de 1979, sencillamente se ignoraba.

Salvaguardar la vida del interno, velar por su seguridad, no estaba en las prioridades de un sistema que tiene buena venta. Hoy podemos ver cómo se manipula la realidad utilizando un programa de televisión, o cómo por mor de delitos escalofriantes nos siguen ocultando lo que realmente ocurre intramuros. Jamás encontraron obstáculo de consideración en seguir manipulando la realidad de la situación penal y penitenciaria.

Quisiera que estas palabras sirvieran para recordar a tantos y tantos jóvenes que dejaron su vida entre rejas, la mayoría productos de un sistema que mezcla, distorsiona, oculta, y, sobre todo, predispone al individuo a errar en su vida para acabar con ella del modo más triste: la cárcel.

Archivo extraido de http://www.infoprision.com/documentosyarchivos

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