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domingo, 6 de febrero de 2011

EN UNA PRISION CUALQUIERA

Poco importa el nombre de la prisión o el nombre de los funcionarios. Se podría dar, lo que voy a contar, en cualquier prisión de cualquier punto de España y cualquier carcelero podría ser el protagonista.


Como cada domingo las familias van entrado por el arco de control de la entrada principal. Conforme van recorriendo el claustrofóbico pasillo exterior, un frío siniestro se cuela por entre la ropa.

Con rigurosa puntualidad las familias y los amigos entran a una lúgubre sala y se colocan delante de un ventanuco media hora antes de la hora de su comunicación, a la espera de ser nombrados. Normalmente la ventana está cerrada con una cortinilla metálica, y suele levantarse 20 o incluso 30 minutos después de la hora que ellos mismos han establecido.

Cuando se abre la cortinilla un funcionario o funcionaria, por no llamarle directamente carcelero o carcelera, empiezan a nombrar a los internos. Y es en ese momento cuando la humillación, la prepotencia, la falta de humanidad, la ausencia de delicadeza, se hacen patente detrás de la ventana. A voz en grito una señora funcionaria que ronda los 45 años, le informa con malos modales a un padre que no podrá ver su hijo porque no ha traído el libro de familia, o le grita a un inmigrante porque se ha acercado a la ventanilla sin ser avisado. Mientras tanto 4 o 5 funcionarios están detrás de ella, haciendo chistes, comentando el partido de futbol o charlando sobre tal o cual. Los gritos y la mala educación de la funcionaria siguen durante casi media hora más.

Mientras esperamos a ser nombrados, a volver a ser nombrados, a pasar por el detector de metales, a que la señora mal educada decida que es hora de comenzar la comunicación, observamos la falta de higiene del recinto. El suelo está pegajoso y no se podría definir el color del mismo. Las paredes están desconchadas y supuestamente una vez tuvieron que ser blancas. Los tubos de la luz están negros y sin protección alguna. Evidentemente los inspectores de sanidad no deben visitar estas casas, porque de lo contrario esa habitación estaría clausurada. Claro que tampoco debe de ser visitada por los jueces de vigilancia penitenciaria, ni por los comités de derechos humanos… porque de ser así, esas casas deberían de estar clausuradas por falta de humanidad, por ausencia de trato digno, por maltrato psicológico, por no hablar de otros.

Con la cárcel y el olor a cárcel pegado en el cuerpo, las familias y amigos consiguen, con una media de una hora de retraso, entrar a comunicar.

Y es una vez más cuando la falta de respeto hacia las personas se hace patente. En una comunicación es esencial tener una adecuada acústica y una adecuada visión. Pero ninguna de las dos condiciones se dan.

En primer lugar nos encontramos con cabinas con un solo taburete pegado al suelo. Teniendo en cuenta que en una comunicación pueden entrar 5 amigos o familiares, nos encontramos con el primer problema. En 50 minutos de comunicación sólo una persona podrá sentarse.

Las dimensiones del cubo donde se realiza la comunicación son mínimas, por tanto 5 personas permanecen apiñadas en dicho cubo durante 50 minutos.

El cristal suele estar sucio y si tienes la mala suerte de que el sol esté dando de espaldas a tí, olvídate de verle la cara a tu amigo o familiar. En ciertos locutorios a pesar de tener doble cristal blindado entre una y otra lámina hay una fina reja, que imposibilita aún más la visión.

En cuanto a la acústica, a pesar de los avances que ha sufrido lo humanidad, (internet, micrófonos de alta sensibilidad, cámara de alta precisión…), en Instituciones Penitenciarias no han conseguido instalar un receptor de voz que sirva para tal fin. En ciertos locutorios el sistema de comunicación consiste en dos respiraderos entre los cristales. Respiraderos que tienen todos los agujeros tapados, siendo imposible la comunicación.

Para superar todos los obstáculos que hasta ahora te han puesto para comunicar, limpias con la manga el cristal, que se empaña aún más, tapas el sol con la chaqueta, gritas hasta perder la voz, pegas la oreja en el altavoz… Haces todo lo posible para poder escuchar y transmitir unas palabras de aliento a tu amigo, o a tu hijo, a tu pareja…

Ésta son las primeras impresiones e imágenes que te encuentras cuando, como familia o amiga, pones tus pies en una cárcel. Nadie te tratará con humanidad o amabilidad. Nadie te pondrá una mano en tu hombro para acogerte y tranquilizarte. Si tienes suerte y nada se complica, lo primero que veras al entrar en una cárcel, será mala educación, prepotencia, falta de humanidad y mucha incompetencia.

Esto es sólo lo anecdótico de este siniestro mundo. Aún nos queda mucho por contar.

1 comentario:

cozy dijo...

Lejos del morbo que despierta las cárceles, por toda la repercusión de los medios dan a ciertos personajes que ocupan las primeras planas de las revistas o periodicos, existe la realidad de los centenares de familias que pasan por ese calvario de humillaciones, prepotencias, malos modos, cada vez que van a visitar a su familiar o amigo.
Lo has descrito con una claridad, que aquellos que no conocen estos lupanares, se hacen una idea exacta, de lo que allí se sufre. Eso en el exterior, del interior yá hablaremos.