Hace unas semanas escribimos sobre lo que una persona se encontraría al pisar por primera vez una cárcel cualquiera.
Aunque lo que se describía era lo más parecido a lo que una persona podría encontrarse en una cárcel construida en los años 80.
Lo que vamos a narrar tiene lugar en una de las cárceles españolas denominadas y publicitadas como modernas e incluso ecológicas y altamente avanzadas tecnológicamente hablando.
Cuando pusimos los pies en la cárcel que hoy visitaremos virtualmente, es cierto que algo ecológico planeó sobre nosotrxs, LA NADA. La ecológica y siempre impresionante NADA. NADA es lo que vimos al mirar al sur, al este, al oeste, al norte. Se oía, se veía NADA. El tiempo se paró, y la NADA nos recorrió la espalda erizándonos.
Con un extraño frío pegado al cuerpo nos acercamos al primer control. Una mano salió de una pequeña ventanilla. No hubo palabras ni saludos, entregamos nuestros DNI,s y dijimos el nombre de nuestro amigo. La barrera subió. Estábamos dentro.
Nos volvió a sorprender el frío cortante y doloroso que se introducía entre nuestra ropa. El parloteo rítmico y alegre que llevábamos horas atrás, dio paso al silencio.
Entramos en recepción. Por un momento nos sentimos aturdidxs. Poco tenía que ver con la recepción de nuestra cárcel de los 80. Había una cafetería, unos amplios mostradores blindados y un gran hall central. Observando y recogiéndolo todo en nuestra memoria nos acercamos al mostrador donde un funcionario, tras su fornido y hermético cristal, nos recibía. Mientras cuatro funcionarios revolotean en torno a él.
Varios minutos gastamos para que el funcionario nos pudiera coger la huella y la foto. Minutos en los que se nos repetía de forma monótona: NO LA HA COGIDO, REPITA, NO, REPITA. NO. REPITA. NO, REPITA.
Tras varios minutos de espera un funcionario, con muchos aires de grandeza, comenzó a nombrarnos. Nos sorprendió que tuviéramos que volver a poner la huella, cuando hacía escasos cinco minutos que lo habíamos hecho. Pero acontumbradxs a los mecanismos absurdos de IIPP procedimos a poner nuestra huella y pasar al siguiente control.
Control que pasamos, junto con el grupo de personas que nos acompañaban, con existo. El funcionario con acento y pasos de tirano nos ordenó con su chillona voz que lo siguiéramos, gesticulando innecesariamente ante nosotrxs. Cuan rebaño sumiso nos dirigimos a la primera gran puerta de cristal blindado y gordos barrotes. La primera puerta comenzó a abrirse lenta y pesadamente, dejando oír un chirrido constante y penetrante que culminó con un sonoro bum. Gesticulando aún más y metiéndonos prisa nos ordenó que entráramos al pasillo. La puerta que estaba a nuestras espaldas empezó a cerrarse. Otra vez el ruido constante y chillón de la puerta deslizándose, y él bum anunciando que atrás se quedaba una salida.
Parados, callados, sin mirar atrás, la siguiente puerta volvió a arrastrar su pesado cristal y sus pesadas rejas, esta vez para introducirnos en un enorme pasillo. Cometí el error de mirar hacia atrás y una sensación de ahogo me agarró la garganta.
Con el nudo en la garganta recorrimos el enorme pasillo. El funcionario seguía haciendo gestos y gritándonos para que avanzáramos. Al llegar al final del pasillo otra puerta empezó a abrirse, arrastrando el cruel y siniestro peso, Bum.
Llegamos a otra estancia, en la que nos encontramos con nuevos funcionarios. Se intercambiaron unas palabras entre ellos, ignorando nuestra presencia. MUM, MUM, la puerta empezó a abrirse, MUM, MUM, MUM, callados y con la mirada fija esperábamos que fuera la última puerta que nos increpara con su monótono y asqueroso MUM. Y fue en ese momento cuando una bocanada de aire cargado de dolor nos dio en la cara.
Cemento, todo era cemento y sólo había un color, el gris. Un gran cubo, un monstruoso y siniestro cubo gris se abrió paso a nuestros ojos. Calladxs, buscábamos con ansiedad una grieta, un punto de fuga, un lugar donde ver la nada del exterior. Encontramos un hueco donde se veía más allá del gris, pero estaba repleto de vallas y alambradas. Estábamos en un cubo de hormigón, en un siniestro cubo de hormigón. Alguien nos chillaba, era el carcelero. Nos habíamos equivocado al etiquetarlo como funcionario cuando lo vimos. En aquel cubo de hormigón fue fácil saber y comprender que poco tenía de funcionario y mucho de carcelero.
Aturdidx le susurré por primera vez a mi compañerx.: ¡Es un campo de concentración!. Y al decirlo me helé.
No se muy bien como, pero llegamos a la zona de locutorios y de repente otro monstruo se nos vino encima. Una enorme plataforma pegada a las cabinas se erguía cuan torre vigía. Estaba lleno de cámaras, ordenadores, sillas…aunque solo estaba ocupada por un carcelero que gritaba y gritaba. Gritaba al teléfono, le gritaba a otros carceleros. Daba golpes en el monstruoso cristal blindado…
Seguíamos callados con la mirada fija en el carcelero y en su plataforma de poder. No recuerdo cual de los carceleros nos dijo que entráramos a locutorios y esperáramos a los internos. Otra puerta volvió a cerrarse a nuestras espaldas, MUM, MUM, BUM.
Observábamos tras los cristales la desorganización que reinaba entre carceleros. Venían, pedían llaves, gritaban, resoplaban, aporreaban cristales. Y mientras seguíamos esperando a que nuestros amigos, familiares llegaran. Tardaron mucho, más de lo normal, decían los que ya eran veteranos de esta moderna cárcel. Pero al fin entraron.
Y fue en ese momento cuando el nudo que se empezó a hacer al pasar la primera puerta se apretó aún más, y nos estranguló el habla. En unos segundos la gran mole carcelaria nos aplastó. Seres humanos custodiando a seres humanos, aislándolos y apartándolos de todo estimulo exterior. No encontrábamos las palabras, el gesto que pudiera traspasar tanta frialdad y falta de humanidad y respeto.
Y fueron unos segundos eternos, dolorosos, porque no comprendíamos como el ser humano había llegado a crear y justificar tanto dolor y tanta soledad. Miré hacia la derecha y el carcelero seguía gesticulando y gritando.
Teníamos tan sólo 40 minutos para transmitir calor y compañía. Para lograr reír y compartir. Y lo conseguimos. Conseguimos robarles a los carceleros 40 minutos.
En los últimos segundos, atolondradamente y apresuradamente, intentamos colar entre el cristal blindado toso el calor, el ánimo, la fuerza y la esperanza que fuimos capaces.
Se acabó. Una voz seca nos anunció que la comunicación había terminado. La puerta se abrió. Salimos despacio y ya en la puerta nos volvimos, clavándose en nuestras pupilas la soledad y el frío.
Volvimos a pasar por el cubo de hormigón y esta vez bajamos la mirada, porque de nada servía buscar un punto de fuga, una grieta. De nada servía, porque no la había.
Y entendimos que no era frío lo que nos penetraba, era dolor, soledad, tristeza…
Un carcelero gritó, una mujer anciana se asustó. Nos apartaron de un grupo de chicos, gritándonos que no nos acercáramos a ellos, ¡eran “permisos”!.
Una anciana se asustó.
Una maquina intentó cogernos las huella otra vez pero no funcionó.
Una anciana me agarró.
Las puertas se abrían, se cerraban, llegamos a la NADA exterior.
Y no miramos hacia atrás, pero las imágenes se enclavaban en la mente y el frío no se iba.
Y aún hace frío y veo como una anciana se asusta. Yo me asusto con ella.
Poco importa el nombre o el lugar de la cárcel. Poco importa lo moderna o lo antigua que sea. La tecnología que se utilice o se deje de utilizar.
Porque siguen sin comprender, y están a años luz de comprenderlo, que nada tiene de reinsertador su sistema. Porque de nada sirve sus modernos sistemas de seguridad.
Nada sabe Instituciones Penitenciarios de lo que significa reinsertar, de lo significa un plan individualizado de reinserción. Poco saben los funcionarios y demás plantilla de la gran mole, de humanidad, calidad y calidez.
Que poco saben de seres humanos y cuanto saben de opresión y miedo.
Esto es tan sólo la punta de un siniestro iceberg, es tan sólo lo que desde fuera y en menos de una hora y media se puede llegar a ver.
Aunque lo que se describía era lo más parecido a lo que una persona podría encontrarse en una cárcel construida en los años 80.
Lo que vamos a narrar tiene lugar en una de las cárceles españolas denominadas y publicitadas como modernas e incluso ecológicas y altamente avanzadas tecnológicamente hablando.
Cuando pusimos los pies en la cárcel que hoy visitaremos virtualmente, es cierto que algo ecológico planeó sobre nosotrxs, LA NADA. La ecológica y siempre impresionante NADA. NADA es lo que vimos al mirar al sur, al este, al oeste, al norte. Se oía, se veía NADA. El tiempo se paró, y la NADA nos recorrió la espalda erizándonos.
Con un extraño frío pegado al cuerpo nos acercamos al primer control. Una mano salió de una pequeña ventanilla. No hubo palabras ni saludos, entregamos nuestros DNI,s y dijimos el nombre de nuestro amigo. La barrera subió. Estábamos dentro.
Nos volvió a sorprender el frío cortante y doloroso que se introducía entre nuestra ropa. El parloteo rítmico y alegre que llevábamos horas atrás, dio paso al silencio.
Entramos en recepción. Por un momento nos sentimos aturdidxs. Poco tenía que ver con la recepción de nuestra cárcel de los 80. Había una cafetería, unos amplios mostradores blindados y un gran hall central. Observando y recogiéndolo todo en nuestra memoria nos acercamos al mostrador donde un funcionario, tras su fornido y hermético cristal, nos recibía. Mientras cuatro funcionarios revolotean en torno a él.
Varios minutos gastamos para que el funcionario nos pudiera coger la huella y la foto. Minutos en los que se nos repetía de forma monótona: NO LA HA COGIDO, REPITA, NO, REPITA. NO. REPITA. NO, REPITA.
Tras varios minutos de espera un funcionario, con muchos aires de grandeza, comenzó a nombrarnos. Nos sorprendió que tuviéramos que volver a poner la huella, cuando hacía escasos cinco minutos que lo habíamos hecho. Pero acontumbradxs a los mecanismos absurdos de IIPP procedimos a poner nuestra huella y pasar al siguiente control.
Control que pasamos, junto con el grupo de personas que nos acompañaban, con existo. El funcionario con acento y pasos de tirano nos ordenó con su chillona voz que lo siguiéramos, gesticulando innecesariamente ante nosotrxs. Cuan rebaño sumiso nos dirigimos a la primera gran puerta de cristal blindado y gordos barrotes. La primera puerta comenzó a abrirse lenta y pesadamente, dejando oír un chirrido constante y penetrante que culminó con un sonoro bum. Gesticulando aún más y metiéndonos prisa nos ordenó que entráramos al pasillo. La puerta que estaba a nuestras espaldas empezó a cerrarse. Otra vez el ruido constante y chillón de la puerta deslizándose, y él bum anunciando que atrás se quedaba una salida.
Parados, callados, sin mirar atrás, la siguiente puerta volvió a arrastrar su pesado cristal y sus pesadas rejas, esta vez para introducirnos en un enorme pasillo. Cometí el error de mirar hacia atrás y una sensación de ahogo me agarró la garganta.
Con el nudo en la garganta recorrimos el enorme pasillo. El funcionario seguía haciendo gestos y gritándonos para que avanzáramos. Al llegar al final del pasillo otra puerta empezó a abrirse, arrastrando el cruel y siniestro peso, Bum.
Llegamos a otra estancia, en la que nos encontramos con nuevos funcionarios. Se intercambiaron unas palabras entre ellos, ignorando nuestra presencia. MUM, MUM, la puerta empezó a abrirse, MUM, MUM, MUM, callados y con la mirada fija esperábamos que fuera la última puerta que nos increpara con su monótono y asqueroso MUM. Y fue en ese momento cuando una bocanada de aire cargado de dolor nos dio en la cara.
Cemento, todo era cemento y sólo había un color, el gris. Un gran cubo, un monstruoso y siniestro cubo gris se abrió paso a nuestros ojos. Calladxs, buscábamos con ansiedad una grieta, un punto de fuga, un lugar donde ver la nada del exterior. Encontramos un hueco donde se veía más allá del gris, pero estaba repleto de vallas y alambradas. Estábamos en un cubo de hormigón, en un siniestro cubo de hormigón. Alguien nos chillaba, era el carcelero. Nos habíamos equivocado al etiquetarlo como funcionario cuando lo vimos. En aquel cubo de hormigón fue fácil saber y comprender que poco tenía de funcionario y mucho de carcelero.
Aturdidx le susurré por primera vez a mi compañerx.: ¡Es un campo de concentración!. Y al decirlo me helé.
No se muy bien como, pero llegamos a la zona de locutorios y de repente otro monstruo se nos vino encima. Una enorme plataforma pegada a las cabinas se erguía cuan torre vigía. Estaba lleno de cámaras, ordenadores, sillas…aunque solo estaba ocupada por un carcelero que gritaba y gritaba. Gritaba al teléfono, le gritaba a otros carceleros. Daba golpes en el monstruoso cristal blindado…
Seguíamos callados con la mirada fija en el carcelero y en su plataforma de poder. No recuerdo cual de los carceleros nos dijo que entráramos a locutorios y esperáramos a los internos. Otra puerta volvió a cerrarse a nuestras espaldas, MUM, MUM, BUM.
Observábamos tras los cristales la desorganización que reinaba entre carceleros. Venían, pedían llaves, gritaban, resoplaban, aporreaban cristales. Y mientras seguíamos esperando a que nuestros amigos, familiares llegaran. Tardaron mucho, más de lo normal, decían los que ya eran veteranos de esta moderna cárcel. Pero al fin entraron.
Y fue en ese momento cuando el nudo que se empezó a hacer al pasar la primera puerta se apretó aún más, y nos estranguló el habla. En unos segundos la gran mole carcelaria nos aplastó. Seres humanos custodiando a seres humanos, aislándolos y apartándolos de todo estimulo exterior. No encontrábamos las palabras, el gesto que pudiera traspasar tanta frialdad y falta de humanidad y respeto.
Y fueron unos segundos eternos, dolorosos, porque no comprendíamos como el ser humano había llegado a crear y justificar tanto dolor y tanta soledad. Miré hacia la derecha y el carcelero seguía gesticulando y gritando.
Teníamos tan sólo 40 minutos para transmitir calor y compañía. Para lograr reír y compartir. Y lo conseguimos. Conseguimos robarles a los carceleros 40 minutos.
En los últimos segundos, atolondradamente y apresuradamente, intentamos colar entre el cristal blindado toso el calor, el ánimo, la fuerza y la esperanza que fuimos capaces.
Se acabó. Una voz seca nos anunció que la comunicación había terminado. La puerta se abrió. Salimos despacio y ya en la puerta nos volvimos, clavándose en nuestras pupilas la soledad y el frío.
Volvimos a pasar por el cubo de hormigón y esta vez bajamos la mirada, porque de nada servía buscar un punto de fuga, una grieta. De nada servía, porque no la había.
Y entendimos que no era frío lo que nos penetraba, era dolor, soledad, tristeza…
Un carcelero gritó, una mujer anciana se asustó. Nos apartaron de un grupo de chicos, gritándonos que no nos acercáramos a ellos, ¡eran “permisos”!.
Una anciana se asustó.
Una maquina intentó cogernos las huella otra vez pero no funcionó.
Una anciana me agarró.
Las puertas se abrían, se cerraban, llegamos a la NADA exterior.
Y no miramos hacia atrás, pero las imágenes se enclavaban en la mente y el frío no se iba.
Y aún hace frío y veo como una anciana se asusta. Yo me asusto con ella.
Poco importa el nombre o el lugar de la cárcel. Poco importa lo moderna o lo antigua que sea. La tecnología que se utilice o se deje de utilizar.
Porque siguen sin comprender, y están a años luz de comprenderlo, que nada tiene de reinsertador su sistema. Porque de nada sirve sus modernos sistemas de seguridad.
Nada sabe Instituciones Penitenciarios de lo que significa reinsertar, de lo significa un plan individualizado de reinserción. Poco saben los funcionarios y demás plantilla de la gran mole, de humanidad, calidad y calidez.
Que poco saben de seres humanos y cuanto saben de opresión y miedo.
Esto es tan sólo la punta de un siniestro iceberg, es tan sólo lo que desde fuera y en menos de una hora y media se puede llegar a ver.
4 comentarios:
Sin palabras me he quedado corsario.Me ha llegado y mucho
Las carceles y las realidades que dentro de ellas se viven son invisibles.
Nuestrx misión debe ser hacer visible lo invisible.
El sistema o el estado martiriza al reo, eso no escapa a nadie. Pero que también hacen sufrir a las familias o amigos, de eso no se habla. Esos tipejos que por defecto cogénito, transmiten tanto odio hacia al semejante, deberian de ser anulados.
Pero claro, al Estado le interesa tener a estos doberman entrenados al desprecio humano. No se explica que hacen allí.
Mientras que a IIPP no le interese el ser humano, seguirán tratando como despojos a todos aquellos que entran por sus puertas, sean familiares, amigo o personas presas.
Mientras que sigan utilizando el odio, el miedo, la violencia como forma de castigar, ciertos tipejos seguiran impunemente dentro de esas casas.
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