Ojos negros, cansados, tristes, piel aceitunada, marcada, arrugada y tatuada. Hubo un tiempo en el que esa piel y esos ojos eran limpios, sedosos y sin muescas, pero de eso hace ya mucho tiempo.
Hacía frío, un frío que helaba el alma. Llevaba más de una hora esperando ante la puerta. Entraban y salían personas con ojos y piel marcada como la suya. Algunos salían enfadados, otros tristes e incluso había quien salía satisfecho.
Ellas iban y venían con cara de angustia y preocupación. Cuando las vio dirigió de forma instintiva sus ojos a las manos de ellas. En otro tiempo cuando los aires habían sido igual o peor de desfavorables que ahora, más de cuatro pares de esas manos le habían sostenido y empujado.
Sintió una brisa caliente en su rostro y por primera vez en muchos meses pensó que las cosas podían cambiar.
Al cabo de una hora y media entró. Dentro había ruido, papeles, prisas, voces altas y de nuevo sintió frío, mucho frío.
Cuando se sentó en aquella mesa, ELLA lo miró de forma fugaz a los ojos y de forma atolondrada le pregunto:
- ¿Qué necesitas?
Una carcajada ahogada salió de su garganta.
- ¿Qué que necesito?, repitió el con resignación.
Y entonces en su cabeza empezó a ordenar todo lo que necesitaba. Necesito, se dijo, empezar de nuevo, tu mano para tomar impulso, que confíes en mí…, necesito tu calor.
- Si, quiero decir, dijo ella atropelladamente, necesitas comida, ropa?
Aturdido el contestó: - Si, claro, claro, necesito comida.
- ¿Cuánto ganas?. Dijo ella atropelladamente.
- 400€, dijo él.
- No trabajas?
- No, me quedé en paro yo era…
Ella le volvió a interrumpir.
- Tienes hijos?
A el se le iluminó la cara. – Si, dijo con una sonrisa, dos, dos niñas preciosas. 3 y 5 años.
- Las cosas como verás están muy mal aquí, has pensado en volver a tu país.
En las palabras de ELLA no había maldad, pero el se heló en el momento que ELLA las pronunció. Esbozó entonces una sonrisa triste y cansada y con un esfuerzo casi inhumano balbuceó: - Si, lo he pensado, quizá lo haga.
- Bueno, dijo ella, hoy te daré una bolsa con leche y galletas para las niñas, y dentro de quince días vuelves.
Llevado por la inercia cogió la bolsa y salió a la calle. Empezó a andar rápido sin mirar atrás. Dos lagrimas resbalaron por sus mejillas, lagrimas llenas de rabia y desconsuelo. Pensó en volver y decirle a ELLA que se quedara con la bolsa, que él había ido a buscar su calor. Pero en esos momentos entendió que sus hijas esa noche a la hora de la cena no iban a entender de orgullo y dignidad.
Sacó la leche y las galletas de la bolsa, bolsa que lo marcaba y humillaba un poco más, la tiró con rabia al contenedor y siguió su rumbo, pensado está vez que quizá las cosas no podían cambiar.
Él se llamaba Mohamed, Mamadu, Fatima, Antonio, Carmen.
Y hoy amigo/a quiero pediros perdón por todas aquellas veces que por mis prisas, mis miedos, mis agobios e ignorancia he pisoteado un poco más vuestra dignidad.
Perdonarnos a todos y tener siempre presente que sois héroes, cansados y anónimos, pero héroes que cada día lucháis por una vida digna, vida que os corresponde y que entre todos os la hemos arrebatado.
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