Entrevista realizada por Armando J. / Jaén ,el 30 de noviembre de 2010.
Número 138, EL DIAGONAL
Treinta y cuatro años seguidos en la cárcel –menos 1.400 días en los que, a lo largo de cinco escapadas, estuvo fugado–, una veintena de causas –delitos menores–, pueden resumir su historia. Pero si de cifras se trata, Miguel Montes Neiro aporta otras: “Entré a los 16 años preso, salí a los 18, entré a los 19, salí a los 24, entré a los 26 y ahora tengo 60 años”.
DIAGONAL: ¿Cómo te han afectado tantos años de cárcel?
MIGUEL MONTES NEIRO: La cárcel es el foco de destrucción de mi vida. Tengo el hueso cúbito roto y no recibí atención médica hasta 19 días después de rompérmelo cuando hacía gimnasia; el codo roto, también sin arreglar; fibras del muslo fracturadas y cuando pude ir al especialista, a los cuatro meses de lesionarme, me dijo: “¿Ahora qué puedo hacer yo en esos músculos?”.
Cuando tuve tuberculosis no me lo dijeron hasta que me dio un derrame de sangre. Entonces me llevaron en ambulancia a [la cárcel de] Madrid desde Granada, pero por denunciar y reclamar el estado en el que nos tenían en el hospital a todos los tuberculosos, sin un enfermero siquiera, me dieron de alta y me trasladaron a la enfermería del Puerto [de Santa María]. Tengo hepatitis C desde 1988, y no me enteré hasta 2008. Tengo la nariz rota de una patada de un carcelero. He perdido varias piezas de la boca por los golpes. Tengo un quiste en un testículo desde hace unos pocos años, y un bulto en el cuello [posteriormente a la entrevista fue operado].
Psíquicamente el trato recibido por el sistema penitenciario, tanto hacia mí como hacia todos mis familiares, siempre fue humillante y cruel. Estuve, hace años, en celdas de castigo o aislamiento muchos meses, las secuelas estarán en mi mente para siempre.
El no poder criar a mis hijas, el verlas una hora y pico al mes –eso si no le da al carcelero de turno por prohibirles la entrada por cualquier tontería–, es lo que más me duele. El alejamiento de todo. En la prisión no se paga una condena, aquí se paga todo lo que le apetezca al funcionario que la tome contigo. Sería interminable describir el dolor que han causado a todo al que quiero, y a mis sueños. La impotencia es continua, no puedes denunciar las malas artes que usan, pues las represalias son constantes: traslados, denuncias falsas de algunos mandos…
D.: ¿Cuál es tu situación actualmente, tanto jurídica como penal?
M.M.N.: Mi situación penal es demencial. Entré en 1976, tenía 26 años, tengo 60 ahora. Y me queda, según la última noticia que tengo, hasta el año 2025. El recuento [de la suma de las distintas condenas] me lo hizo el primer juez que me condenó por un ‘desorden público’ en prisión, en vez de rehacerlo de nuevo cada juez cuando conocía el expediente. En ese momento la dirección de la cárcel en la que me encontraba no había aplicado la reforma penitenciaria, que me favorecía, al cálculo de mi pena. Les obligué a ello poniéndome en huelga de hambre y sed. Pero puse a todos los directivos en mi contra e hicieron que ese juez, el que me condenó por desórdenes públicos, fuese mi verdugo. Y así ha ido mi vida. Después, con el tiempo, los responsables de las diferentes cárceles en las que he estado ven que no merezco este trato y admiten, en mi cara, que no entienden el porqué de estas condenas y de mi estado penitenciario.
Según mi actual abogado, he de salir en cuanto algún juez tome cartas en el asunto. El juez de Vigilancia Penitenciaria de Jaén [cárcel en la que estaba en el momento de esta entrevista] parece que ve claro que hay irregularidades en mi situación y está esperando que la prisión le mande las condenas que tengo para hacer una refundición de la pena, aunque yo ya no creo nada.
D.: ¿Cuáles pueden ser los motivos de que se hayan cometido tantas injusticias contigo?
M.M.N.: Todo esto lo empezó Manuel Madrid Saavedra, que era el subdirector de Seguridad en Sevilla 2. Es de Granada como yo, y por ello hablábamos con mucha regularidad hasta que empecé a pedir permisos, hacia 1989. Siempre me decía que no se fiaba y que seguro que quebrantaría el permiso. Un día le dije: “Don Manuel, ¿cómo puedo demostrarle que no quebrantaré si no salgo? Aquí no puedo demostrarle nada, pero si quiere salto los muros y me entrego en la puerta, así le demuestro que no me fugaré”. Vi el miedo en su cara y desde ese instante ya no habló más conmigo; pero empezaron a venirme partes por coacción, extorsión y amenazas. Saavedra también formaba parte de la dirección de la cárcel a la que me enfrenté para exigir los beneficios de la reforma penitenciaria.
Por ejemplo, en una ocasión cogieron a un tal Chocero con hachís –eso está en el Juzgado de Vigilancia de Sevilla– cuando regresaba de un permiso. Y le dice el tal Saavedra: “Si acusas a Montes de que te ha amenazado para que traigas hachís, a ti no te castigo y sigues saliendo de permiso”. Y me llega un parte por amenazas de muerte a un interno, a su señora y a su hija. El mismo juez de vigilancia que vio que todo esto era falso me dijo: “Estoy convencido de que esto no es verdad, pero no entiendo cómo toda una Junta de Régimen está de acuerdo con el castigo solicitado”. En el juicio por estos hechos –yo iba como testigo, no estaba acusado– el Chocero dijo la verdad, que le habían amenazado para que me acusara. Pero cuando declaró Manuel Madrid, éste afirmó que “Montes le ha vuelto a amenazar para que nos culpe a nosotros, Montes es un primer grado neto y perpetuo”. Yo dije que era, soy, inocente. Finalmente no fui acusado.
D.: ¿Qué opinas del sistema penitenciario?
M.M.N.: Solo sirve para destruir la poca dignidad que nos queda. Aquí a las personas las degradan a niveles demenciales, de hecho cuando alguien sale en libertad regresa rápidamente. Por no saber adaptarse a la sociedad. Aquí nos vemos humillados continuamente, para idiotizarnos a perpetuidad. Es un sistema malo, cruel, degradante, basado en la explotación y el sufrimiento. Tengo claro, además, que en las prisiones hay infinidad de personas que no deberían estar aquí, en el mismo espacio que los demás presos: enfermos mentales, portadores de enfermedades como el sida, tuberculosis, hepatitis C, etc. Nos estamos contagiando unos a otros, pues muchos desconocemos ser portadores de dichas enfermedades.
Personalmente no confío en salir libre, seguro que encontrarán la forma de que no salga libre.
Número 138, EL DIAGONAL
Treinta y cuatro años seguidos en la cárcel –menos 1.400 días en los que, a lo largo de cinco escapadas, estuvo fugado–, una veintena de causas –delitos menores–, pueden resumir su historia. Pero si de cifras se trata, Miguel Montes Neiro aporta otras: “Entré a los 16 años preso, salí a los 18, entré a los 19, salí a los 24, entré a los 26 y ahora tengo 60 años”.
DIAGONAL: ¿Cómo te han afectado tantos años de cárcel?
MIGUEL MONTES NEIRO: La cárcel es el foco de destrucción de mi vida. Tengo el hueso cúbito roto y no recibí atención médica hasta 19 días después de rompérmelo cuando hacía gimnasia; el codo roto, también sin arreglar; fibras del muslo fracturadas y cuando pude ir al especialista, a los cuatro meses de lesionarme, me dijo: “¿Ahora qué puedo hacer yo en esos músculos?”.
Cuando tuve tuberculosis no me lo dijeron hasta que me dio un derrame de sangre. Entonces me llevaron en ambulancia a [la cárcel de] Madrid desde Granada, pero por denunciar y reclamar el estado en el que nos tenían en el hospital a todos los tuberculosos, sin un enfermero siquiera, me dieron de alta y me trasladaron a la enfermería del Puerto [de Santa María]. Tengo hepatitis C desde 1988, y no me enteré hasta 2008. Tengo la nariz rota de una patada de un carcelero. He perdido varias piezas de la boca por los golpes. Tengo un quiste en un testículo desde hace unos pocos años, y un bulto en el cuello [posteriormente a la entrevista fue operado].
Psíquicamente el trato recibido por el sistema penitenciario, tanto hacia mí como hacia todos mis familiares, siempre fue humillante y cruel. Estuve, hace años, en celdas de castigo o aislamiento muchos meses, las secuelas estarán en mi mente para siempre.
El no poder criar a mis hijas, el verlas una hora y pico al mes –eso si no le da al carcelero de turno por prohibirles la entrada por cualquier tontería–, es lo que más me duele. El alejamiento de todo. En la prisión no se paga una condena, aquí se paga todo lo que le apetezca al funcionario que la tome contigo. Sería interminable describir el dolor que han causado a todo al que quiero, y a mis sueños. La impotencia es continua, no puedes denunciar las malas artes que usan, pues las represalias son constantes: traslados, denuncias falsas de algunos mandos…
D.: ¿Cuál es tu situación actualmente, tanto jurídica como penal?
M.M.N.: Mi situación penal es demencial. Entré en 1976, tenía 26 años, tengo 60 ahora. Y me queda, según la última noticia que tengo, hasta el año 2025. El recuento [de la suma de las distintas condenas] me lo hizo el primer juez que me condenó por un ‘desorden público’ en prisión, en vez de rehacerlo de nuevo cada juez cuando conocía el expediente. En ese momento la dirección de la cárcel en la que me encontraba no había aplicado la reforma penitenciaria, que me favorecía, al cálculo de mi pena. Les obligué a ello poniéndome en huelga de hambre y sed. Pero puse a todos los directivos en mi contra e hicieron que ese juez, el que me condenó por desórdenes públicos, fuese mi verdugo. Y así ha ido mi vida. Después, con el tiempo, los responsables de las diferentes cárceles en las que he estado ven que no merezco este trato y admiten, en mi cara, que no entienden el porqué de estas condenas y de mi estado penitenciario.
Según mi actual abogado, he de salir en cuanto algún juez tome cartas en el asunto. El juez de Vigilancia Penitenciaria de Jaén [cárcel en la que estaba en el momento de esta entrevista] parece que ve claro que hay irregularidades en mi situación y está esperando que la prisión le mande las condenas que tengo para hacer una refundición de la pena, aunque yo ya no creo nada.
D.: ¿Cuáles pueden ser los motivos de que se hayan cometido tantas injusticias contigo?
M.M.N.: Todo esto lo empezó Manuel Madrid Saavedra, que era el subdirector de Seguridad en Sevilla 2. Es de Granada como yo, y por ello hablábamos con mucha regularidad hasta que empecé a pedir permisos, hacia 1989. Siempre me decía que no se fiaba y que seguro que quebrantaría el permiso. Un día le dije: “Don Manuel, ¿cómo puedo demostrarle que no quebrantaré si no salgo? Aquí no puedo demostrarle nada, pero si quiere salto los muros y me entrego en la puerta, así le demuestro que no me fugaré”. Vi el miedo en su cara y desde ese instante ya no habló más conmigo; pero empezaron a venirme partes por coacción, extorsión y amenazas. Saavedra también formaba parte de la dirección de la cárcel a la que me enfrenté para exigir los beneficios de la reforma penitenciaria.
Por ejemplo, en una ocasión cogieron a un tal Chocero con hachís –eso está en el Juzgado de Vigilancia de Sevilla– cuando regresaba de un permiso. Y le dice el tal Saavedra: “Si acusas a Montes de que te ha amenazado para que traigas hachís, a ti no te castigo y sigues saliendo de permiso”. Y me llega un parte por amenazas de muerte a un interno, a su señora y a su hija. El mismo juez de vigilancia que vio que todo esto era falso me dijo: “Estoy convencido de que esto no es verdad, pero no entiendo cómo toda una Junta de Régimen está de acuerdo con el castigo solicitado”. En el juicio por estos hechos –yo iba como testigo, no estaba acusado– el Chocero dijo la verdad, que le habían amenazado para que me acusara. Pero cuando declaró Manuel Madrid, éste afirmó que “Montes le ha vuelto a amenazar para que nos culpe a nosotros, Montes es un primer grado neto y perpetuo”. Yo dije que era, soy, inocente. Finalmente no fui acusado.
D.: ¿Qué opinas del sistema penitenciario?
M.M.N.: Solo sirve para destruir la poca dignidad que nos queda. Aquí a las personas las degradan a niveles demenciales, de hecho cuando alguien sale en libertad regresa rápidamente. Por no saber adaptarse a la sociedad. Aquí nos vemos humillados continuamente, para idiotizarnos a perpetuidad. Es un sistema malo, cruel, degradante, basado en la explotación y el sufrimiento. Tengo claro, además, que en las prisiones hay infinidad de personas que no deberían estar aquí, en el mismo espacio que los demás presos: enfermos mentales, portadores de enfermedades como el sida, tuberculosis, hepatitis C, etc. Nos estamos contagiando unos a otros, pues muchos desconocemos ser portadores de dichas enfermedades.
Personalmente no confío en salir libre, seguro que encontrarán la forma de que no salga libre.
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