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jueves, 12 de mayo de 2011

Xosé Tarrio. FIES.

Xosé Tarrio: “Odié, odié, odié. Odié porque había aprendido a odiar”

 Estremecedoras palabras como estas llenan las hojas de "Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES", la desoladora historia que, de forma autobiográfica, relata las vivencias penitenciarias de Xosé Tarrío.

LA HUELLA DIGITAL (ELENA DEL ESTAL MARTÍNEZ).- Que en las cárceles no se cuece nada bueno ya lo sabemos, pero desgarra las entrañas leerlo en palabras que salen del propio puño de uno de los históricos presos anarquistas de nuestro país. Con tan sólo 11 años y debido a problemas familiares, Xosé Tarrío es ingresado en un internado, del que se escapa dos veces. Sus problemas con la ley comienzan desde muy joven: con 14 años empieza a cometer pequeños robos que le conducen en numerosas ocasiones a distintos reformatorios. Tras múltiples fugas e inmerso en la dinámica de robos y detenciones se adentra en el mundo de las drogas con tan sólo 17. Dos años más tarde entra en prisión a cumplir una condena de 28 meses, que debido a una serie de circunstancias acaban convirtiéndose en 71 años firmes y en peticiones que superaron los 100.
Huye hombre huye es mucho más que un simple diario de prisiones. Es una denuncia descarnada, un grito ahogado que se empeña en no dejarse silenciar y que trata de desenmascarar la situación que se vivió durante los años 80 y 90 en la realidad carcelaria de nuestro país. Las aterradoras experiencias que Tarrío narra describen cómo se vive bajo la etiqueta de FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento), el régimen que se instauró con el Gobierno Socialista para presos especialmente peligrosos, siendo el autor de este libro uno de los primeros internos en experimentarlo. Cuenta cómo los muros de las prisiones son lugares donde reina la arbitrariedad y donde conceptos tales como democracia y derechos humanos son absolutamente desconocidos. El odio, el horror, la rabia y el miedo son algunos de los sentimientos que el lector siente aflorar según se adentra en las páginas de este relato cruel y humano a su vez. Un relato cargado de palabras que pretenden acabar con el engaño de la cárcel como institución resocializadora, y que intentan hacer comprender al lector el proceso de embrutecimiento que sufren los presos tras vivir en un entorno que con su propia violencia sólo puede generar más violencia.
Pero ésta no es sólo una historia de cárceles, presos y guardianes. Ésta es una historia llena de experiencias y valores. Un ejemplo de valentía y de lucha constante contra las injusticias de las que se nutre día a día la vida en prisión. Es un grito, más que un grito, un alarido por la libertad, pero sobre todo por la dignidad de las personas que, culpables o inocentes, son por encima de todo, eso mismo, personas.
Sorprende el lenguaje cuidado con el que pocos identificarían a un hombre que pasó más de 17 años entre rejas, 12 de los cuales en aislamiento. Pero además de la brillantez, la obra de Tarrío se caracteriza sobre todo por la ausencia total de convencionalismos lingüísticos: el autor se aleja rotundamente de la utilización de eufemismos, y no duda en llamar a cada cosa por su nombre.
Los tabús quedan completamente destapados por el dolor, la rabia y la desolación con que describe la brutalidad y la represión constante con que se comporta el Estado.
De igual modo tampoco se priva de lanzar acusaciones y de buscar responsabilidades de que se perpetúe la situación en la que se viven en las cárceles españolas. No sólo culpa a gobiernos, instituciones o funcionarios del proceso penitenciario, si no que su dedo acusador apunta directamente contra el groso de la sociedad, a quien considera el auténtico cómplice que permite que el verdugo carcelero siga haciendo su trabajo.
A pesar de que pasen los años, Xosé Tarrío escribió un texto que jamás podrá quedar obsoleto. Las paredes frías y grises que fueron cómplice y testigo de las experiencias que Tarrío vivió no dejarán nunca de ser, para el que tenga que habitar entre ellas, un nido de desaliento, frustración y pena, pues para un preso, una cárcel no significa más que, en palabras del propio autor, “…todo soledad y silencio”.

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